Claudia y la Bruja

Había una vez una mujer que se llamaba Claudia. Era todavía joven – vivía con sus padres en su granja, la única en un pueblito que se llamaba Santa Columba. El pueblo era tan pequeño que casi todos los ciudadanos trabajaban por la familia en su granja. La familia de Claudia vivía en una mansión grande y fina, con muros altos y un jardín privado. 

Un día, Claudia se despertó tarde. Vio afuera que algo pasaba. Ningún granjero trabajaba, y no podía escuchar ningún animal en los campos. Claudia bajó la escalera y vio a su padre hablando con un granjero. El llevaba ropa sucia y un sombrero demasiado grande por su cabeza.  

“Papá,” dijo Claudia, “¿qué está pasando?” 

Su padre le contó, “Este granjero dice que los bueyes y caballos están enfermos, y no pueden jalar ni los arados ni los carretes.” 

Claudia se sorprendió. Nunca había escuchado algo así. “Entonces,” preguntó ella a su padre, “¿qué van a hacer los granjeros?”   

“Bueno, mija,” era la respuesta, “¡van a trabajar más duro que nunca! ¡Nuestra granja todavía va a darnos toda la comida que necesitemos!” 

Un mes pasó. Los bueyes y los caballos todavía no se habían mejorados. Los granjeros siempre estaban cansados, y no pudieron producir comida suficiente por más que Claudia y sus padres. ¡Unas noches, Claudia tenía que acostarse sin postre! Un día, decidió que todo tenía que cambiar. 

En esta época, había leyendas que, en el bosque afuera de Santa Columba, vivía una bruja. Según los cuentos, ella era egoísta, pero poderosa. Podría ofrecerle un trato a Claudia. Entonces, esta noche, se escabulló al bosque.  

Alrededor de la medianoche, Claudia notó el olor de cerdo. Apareció una casita de ramas que le pareció listo a desplomarse. Afuera, una dama anciana con piel arrugada cocinaba algo en una caldera.  

“¡Ay!” gritó ella, “¿por qué viniste? ¡Cuéntame ahora o te voy a transformar en una rana y ponerte en mi sopa!” 

“Por favor, doña, escúcheme. Busco la bruja del bosque. ¿Es usted?” 

“Sí, sí, claro que sí, ¡soy yo! Y claro que eres Claudia de Santa Columba. ¿Qué quieres?” 

“Doña, mis bueyes y mis caballos están enfermos y mi granja puede parar de producir comida. ¿Por favor, podría curar a los animales?” 

La bruja se rio y mostró sus dientes afilados. “Sí, sí, ¡claro que sí! Te puedo ayudar. Cuando regreses a tu granja, vas a ver los animales sanos. Pero, un mes va a pasar, y después, yo vendré. Cuando llego, la granja tuya será mía.” 

De mala gana, Claudia le dio la mano a la bruja. Pero, mientras caminaba, pensó en la granja. Los campesinos trabajaban, y ¿qué hacía su familia? ¿Sentaba? ¿Mandaba a sus granjeros? ¿Se quedaba así cuando nada funcionaba? Una idea le llegó. 

Un mes más tarde, los animales trabajaban con los granjeros. Claudia se sentaba sobre un tronco caído de oyamel. Vio a una dama anciana caminando con una carreta. Claro que era la bruja. 

“¿Entonces, chica? Estoy listo para ver mi granja.” 

Claudia señaló al tronco. “Está aquí.”  

“¿Sólo eso? ¡Todavía puedo ver el resto! Si estás engañándome, ¡espero que te gustaría ser un gusano!” 

Claudia sonrío. “No hay bromas. El resto ahora pertenece a los granjeros. Es sólo justo que los trabajadores sean dueños de la tierra que trabajan. ¡Eran muy generosos permitirme guardar este tronco!” 

La bruja se cayó a las rodillas, gritando maldiciones y insultes a Claudia. Pero Claudia no le escuchaba – salió inmediatamente por un nuevo pueblo. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.